martes, 26 de abril de 2011

Soltero Urbanita


En 1953 se publica el primer número de Playboy, en plena guerra fría y vende sorpresivamente 54000 ejemplares probablemente no porque en su interior había un artículo sobre jazz sino porque había una fotografía full color de Marilyn Monroe desnuda. 

Mientras que Elvis manejaba un camión en Memphis y el movimiento beat no era ni un sueño Playboy estaba delineando un nuevo perfil de la cultura popular americana, muy lejos del “breadwinner” decente trabajador blanco y heterosexual que el gobierno promocionaba, el soltero urbanita.(*)







Soltero urbanita
El nuevo hombre urbano soltero (o divorciado luego de escarpase del sueño americano de la familia nuclear suburbana el día que salió a comprar cigarrillos y jamás volvió) se instala en su pisito de soltero en cuyo encierro puede ser libre, vivir a su gusto y sin que pese sobre él la sospecha de homosexualidad gracias a su dosis mensual de revistas pornográficas.
El masculinismo de Playboy pone en circulación un combativo discurso destinado a construir una nueva identidad masculina, la del joven soltero y casero(*). Al nuevo hombre no le interesa ni la caza ni la pesca sino le encanta quedarse en su casa.
Paradójicamente, al igual que las feministas, playboy ataca la vieja división social del espacio burgués del siglo XIX: la esfera pública, el espacio exterior y la política como algo exclusivamente masculino y el espacio interior, doméstico y privado como el lugar reservado para las mujeres.
Ahora las chicas quieren liberarse del yugo y la opresión de la vida hogareña mientras que los muchachos ven en la reconquista del espacio doméstico la reivindicación de sus derechos.
El relativo abandono del mundo exterior no supone una retirada de la esfera pública sino que el ático urbano funciona como una yuxtaposición del espacio de trabajo y el lugar de citas, es decir la amalgama entre el espacio de producción: la oficina y el del consumo sexual: el prostíbulo. El playboy urbano vive vestido en pijama y trabaja en la cama, como un eterno inmaduro.
Para este fin el espacio del soltero debe ser un lugar flexible, repleto de gadgets mecánicos y eléctricos para manejar luces y sonidos desde una botonera al lado de la cama o desde un control remoto, un espacio casi totalmente abierto y visible para vigilar.
 La cocina por ejemplo se convirtió en una sala de exposiciones abierta, “aquí la mujer pasaba de ser la protagonista de la escena culinaria a convertirse en espectadora de un teatro de la masculinidad.” (*)
Además y esto es fundamental “…facilita que el soltero astuto pueda permanecer en la habitación mientras prepara un coctel para su resignada presa. Así se evita el riesgo de que se esfume el momento psicológico adecuado, se evita tener que dejarla ahí, cómodamente acurrucada en el sofá, con los pies descalzos, para volver a descubrir que ha cambiado de parecer y encontrar a la joven dama con su bolso en la mano y dispuesta a marcharse a casa, joder.” (*)

Preciado, Beatriz, Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en “Playboy” durante la guerra fría, Anagrama, Barcelona, 2010.

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